martes, mayo 29, 2007

A veces me siento
como una chica Lichtenstein...
(no por lo espléndida)


y que se vaya todo a la mierda!

(no, ud. no)


martes, mayo 22, 2007

En las montañas de la locura

Hay una parte de mi vida llena de baches, huecos que no termino de llenar. Y no es que realmente me moleste. O sí, no sé. A veces siento bronca de no poder atar algunos cabos, pero cuando intento forzarlo termino más confundida aún que antes.
Lo mejor es cuando los recuerdos vienen en forma de sueño, sin que los llame. Entonces no tengo que hacer esfuerzos, ni marearme con fechas, con horas, con lugares. Todo se presenta solo. Vívido. Molestamente vívido.
Y eso fue lo que me pasó anoche. Estuve un buen rato con los ojos bien abiertos en medio de la oscuridad antes de quedarme dormida. Sabía que iba a pasar eso antes de acostarme. Me resulta difícil dormir y sé cuándo me va a costar más de lo normal.
No sé cuál fue mi último pensamiento consciente, sólo sé que de repente estaba nuevamente ahí, unos cuantos años atrás, sentada fuera del consultorio, dando la espalda a la pared y la puerta escuchando mientras el médico hablaba con mi padre. No sé si el muy cerdo del primero ignoraba que yo lo escuchaba o si directamente no le importaba. Tampoco me importaba a mí.
Era marzo y las mañanas se sentían más frescas, aunque ya era casi mediodía. Tenía los dos pies apoyados en el piso, lo que no es normal en mí, y mis brazos caían sobre la falda. Ya sabía lo que iba a pasar. Lo hubiera sabido incluso aunque no hubiera escuchado al payaso de túnica hablando.
Mi padre salió del consultorio y me habló de forma dulce. No sé cómo me hubiera sentido yo en su lugar y a decir verdad prefiero no cuestionarme esas cosas.

-Necesito saber si cuento contigo. Sino, no importa cuánto trate de ayudarte, no va a servir de nada.
-Si, pero dame un rato. – le respondí-. Además prefiero ir sola y encontrarte allá.
-Bueno, además el trámite de admisión lleva unos minutos. ¿Querés que te lleve a casa para que juntes tus cosas?
-No, dejé la valija armada antes de venir. – Quedó mirándome, un poco extrañado.

Después caigo en una de mis lagunas. No sé dónde fui, sólo que caminé y que la luz del día era hermosa. Siempre me ha gustado andar por ahí en la calle, caminando sola. Pero en serio ese día la luz era hermosa.
Recuerdo que al llegar vi el auto de mi padre estacionado fuera de la clínica. Yo estaba llegando un poco más tarde de lo acordado, y sin embargo no me había sonado el celular ni una vez. Eso me gustó. Saber que para alguien valía lo que yo decía. Y había dicho que iba a ir, era suficiente para creerme.

La recepción era muy oscura, todo lo contrario a mi habitación, que tenía un enorme ventanal que me hacían tener abierto. Cuando entré por primera vez me sorprendí de ver que mi compañera de cuarto era una conocida. “Nadie está a salvo de la locura” dice una canción que conozco, aunque ya no creo que eso sea tan cierto.
Me hicieron dejar mi valija sobre la cama. Después entraron dos enfermeras, si es que eso eran, y sacaron todo lo que tenía adentro. Escribieron un inventario de la manera más desordenada que pudieron en un cuaderno y se quedaron con algunas cosas que no se me permitía tener conmigo. No recuerdo cuáles eran, pero sí sé que me sacaron el celular, y me dieron tanta bronca las dos gordas de zapatitos blancos que me puse a llorar como una niña. Ahora parece ridículo, lo último que quería era llamar o ser llamada. Pero en serio que en el momento me molestó como una patada en el culo. Me hizo acordar a una vez anterior, cuando en la seccional policial me sacaron los cordones de las zapatillas. No voy a ahondar en el tema porque no tengo ganas de hablar de eso. Sólo sé que estaba sola en la celda y era obvio que no iba a hacer nada malo con mis cordones, no era necesario que me los sacaran. Igual los azules me trataron muy bien, me dieron un libro para leer mientras estuve ahí y no dejaban de preguntarme todo el tiempo si quería que me trajeran algo. No sé para qué cuento esto.

La primera noche fue la más rara. No entendía mucho cómo se manejaban las cosas ahí adentro y nadie me explicó. Tampoco me interesaba como para preguntar. No tenía que acostarme temprano, eso me dejó tranquila porque no soporto tener que meterme en la cama sabiendo que no voy a dormir. Después de la cena uno hacía lo que quería hasta que a determinada hora, pasaba una de las gordas empujando un carrito lleno de vasos descartables con agua y la medicación de cada uno. Se suponía que esa noche iba a dormir como un ángel, cosa que claro, no pasó. A cada rato pasaba alguna deforme vestida de blanco a controlar que todos estuviéramos en nuestras camas. Abrían la puerta, miraban y a veces hasta prendían la luz. Si tenían ganas, incluso te tomaban la presión. ¿Cómo se les ocurre a los muy imbéciles que uno pueda dormir cuando le están encendiendo la luz cada una hora?

Después de un buen rato los controles iban cesando, y fue en medio de ese silencio que escuché unos gritos desgarradores. Era un hombre que pedía que no lo dejaran solo, que alguien fuera a verlo. Traté de acomodarme en la cama, para un lado, para otro, pero era imposible. Los gritos eran tan fuertes que me estaban enloqueciendo. Nadie le hacía caso.
Entonces me bajé de la cama, que era muy alta por cierto. ¿Por qué será que las camas de hospital son siempre tan altas? Caminé descalza hasta donde me llevaron los lamentos. Abrí la puerta y en la habitación había una sola cama. En ella, un chico de más o menos 23 años atado de pies y manos (aunque en ese momento sólo lo supuse) tapado por una colcha.

-Shhh! No me dejás dormir, ¿qué te pasa?
-No quiero estar acá solo. Quedate un rato hablándome.
-Me van a matar si me ven acá. Vos quedate callado y si mañana querés hablamos un rato.
-Nadie me escucha acá, no te vayas. ¿Cómo te llamas?
-Carla, ¿y vos?
-Javier. Quedate un rato.

Y si. Era Javier. Estaba internado por un problema de adicción a la cocaína. En plena etapa de abstinencia.
Tenía miedo de quedarse solo, y yo no podía dormir. Y a decir verdad también, pensaba en lo feo que es sentirse solo y que nadie quiera acompañarlo. Y no me quedé con él porque no tuviera algo mejor que hacer, tenía que dormir, que en definitiva era uno de los motivos por los que había sido llevada ahí. Pero de alguna forma lo entendía, y me sentía bien estando ahí.
Le costaba un poco hablar, arrastraba la lengua como si estuviera asquerosamente borracho, sólo que no lo estaba. Me pidió que lo tapara porque tenía frío y nos pusimos a hablar. Y a partir de ahí hablábamos todas las noches hasta que me daba sueño, o a él. Nunca recibía visitas y nadie lo llamaba. Le pedía a los padres que fueran a verlo, pero nunca vi a nadie visitarlo en aquel lugar.
Yo había calculado el horario de los controles, para no meterme en líos, así que a algunas horas volvía a mi cuarto para pasar por dormida. A veces me pedía que le leyera las cartas que una amiga le mandaba desde Argentina, no se cansaba de oírlas. Otras veces sólo lo escuchaba, o él me escuchaba a mí. Alguna noche sólo me pidió que le tomara la mano. Cuando no teníamos ganas de hablar, yo llevaba el único libro que tenía conmigo para leerle. “En las montañas de la locura” de Lovecraft. Muy apropiado.
Estaba contento el día que me fui, aunque no iba a tener quién le leyera por la noche. Igual tampoco lo necesitaba. Me anotó en un papelito su número de teléfono y me pidió que lo llamara para contarle cómo estaba. Nunca lo hice. No por indiferente. Sólo que algunas cosas mejor dejarlas ahí. Y ambos íbamos a estar bien.

Casi un año después me lo encontré en el aeropuerto. Yo me iba de viaje y él estaba despidiendo a alguien. Nunca pensé que me recordara, y lo vi tan bien, que me pareció ridículo decirle algo. Entonces lo vi acercarse a mí, y me dio un beso en la frente. Lo único que le escuché decirme fue “gracias” y yo, con un nudo en la garganta vaya uno a saber por qué, sólo pude sonreírle.
Mi avión esperaba.



P.D.: Gracias a vos nene. A veces pienso en aquellas noches...

martes, mayo 15, 2007

Cazadores Ocultos

- Este libro me persigue:

Update: Y me atrapó.

martes, mayo 08, 2007




Si, ya sé que ando un poco perdida y este es el motivo.(Nótese mano derecha).
Sepan disculpar. Estaremos ampliando en breve.









H: don't worry. Todo está muuuy bien.


martes, mayo 01, 2007

En el día del trabajador

Abro el grifo y me salpico con las primeras gotitas frías que rebotan contra el piso. Escena ideal para despertarse de golpe, aunque enseguida me siento reconfortada por el agua caliente que me abraza. Nada mejor que una ducha tibia para empezar un día, que me agarra completamente desorientada especialmente luego del fin de semana. Después viene todo el ritual de la ropa, del secador de pelo, de la plancha para el mismo... Reviso la cartera, tengo todo lo que necesito, la agenda a veces se queda en casa, cuando sé que no voy a necesitarla. Antes de abrir la puerta, me meto en mi mundo musical, nada tranqui, a la mañana tiene que tener toda la fuerza para barrer con lo que me pueda quedar de sueño. Abro abajo, después arriba, código de la alarma ****, primer pitido, salgo mientras escucho el segundo y golpeo la puerta, cerradura de arriba, cerradura de abajo (sí, cuando estoy afuera lo hago al revés) y el tercer pitido anuncia que se activó el sistema seguido de unos cuantos sonidos que todavía no me detuve a contar. Subo el volumen y camino, me cruzo con un vecino al que veo mover los labios y le devuelvo un saludo, supongo que eso habrá sido. Llego a la parada y me pregunto si habré recordado apagar la plancha, claro que la apagué, ¿o el recuerdo que tengo será de cuando la apagué ayer?... no importa. Ya no puedo volver. Siento un rugido en la panza y me arrepiento de no haber desayunado, lo mismo de lo que me arrepiento todas las mañanas. Igual siempre me puedo comprar un capuccino de camino al trabajo.
El viaje es corto, a veces quisiera que fuera más largo para escuchar mas música. Bajo en mi parada de Uruguay y Ejido y subo por esta última cruzándome con las mismas caras todas las mañanas. Trece son, si no me equivoco, las cuadras que me separan de la parada a la empresa y recorrerlas de lunes a viernes me ha permitido ganar el saludo de unas cuantas de esas caras: una señora que cuida coches, el dueño de un kiosco de revistas al que le compro los chicles, el empleado del almacén donde adquiero mi tan importante sobre de capuccino (sería más facil comprar la caja entera, pero perdería lo pintoresco), una mujer que pasea un perro negro diminuto, el dueño de una mueblería que sé me mira el culo cada vez que paso, un señor mayor que tiene una florería en la que paro a jugar con sus dos perritas cada vez que el semáforo es mi cómplice, y un chico que hace más de un año y medio me mantiene la mirada pero nunca me saludó... yo lo miro porque me resulta conocido, creo que es de un noticiero, y todas las mañanas me digo que le voy a hablar para sacarme la duda aunque no lo hago.

Llego a mi destino, encuentro a una de las chicas del mantenimiento fregando las letras de bronce que componen el nombre. Saludo a los porteros y me miro al espejo mientras llamo el ascensor sin pensarlo. Cae más gente y pienso cuántos chicos lindos en un solo edificio. Somos muchas las que tenemos incrédulas el mismo pensamiento. Se corre la puerta de uno de los dos ascensores y entramos luego de darnos los buenos días, ya nadie pregunta a qué piso. Nos conocemos todos. Yo me bajo en el quinto.

A partir de ahí cambia el ritmo. Desayuno, recorrida por los diarios, abro el outlook (debería hacerlo antes que nada), saludos, gente que va, gente que viene, problemas, soluciones, horas que se pasan, risas, por suerte muchas risas, y sobre todo, vos presente en mi cabeza.

Hay gente que dice que la rutina mata.
Las mías por suerte, tienen mucho de alegría.



Estas son las dos perritas que acoso en la florería, la foto fue sacada con el celular una de esas tantas mañanas.. no son de postal?